Querido REFUGIADO del Congo: sabes que nadie va a decorar
con esperanzas tu catedral de barro, fiebre y heces.
Sabes que nadie tiene tiempo ni coraje para mirarte a los ojos
con la franca ira con que tú traspasas al fotógrafo y decirte que,
probablemente, tus hijos correrán la suerte de los fugitivos.
Huir, llorar, tiritar, pasar hambre, enfermar bajo la lluvia y
seguir huyendo de una guerra que enfrenta a desgraciados e
ignorantes soldados en el este de tu patria. Estas solo, como
África entera, como las tumbas de tus antepasados. Ya no te
esfuerzas en gritar. ¿Para qué?
Estas cansado de maldecir. Te han arrebatado hasta el odio, que
mantiene en pié a los hombres destruidos. Pero debes seguir
sosteniendo esa bicicleta, como si fuera la pluma con que podrías
escribir palabras de reproche y desprecio. Que los verdugos se
sientan turbados al verte avanzar. Poco valor tienen estos
consejos. Soy de los que roncan en cama caliente y se animan con
vino caro. Sin embargo, nuestros órganos se hermanarán algún
día bajo tierra. Entonces se habrá hecho justicia. Resiste...
Alberto Martín Aragón (tiempo nº 1566)
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